con el tacto del punzón ensangrentado en mi mano,
y los translúcidos dedos del pesar sobre mi hombro.
Cualquier pena sería mejor fortuna,
que enfrentarme a mí culpa ataviada con su toga,
a mí mismo en calidad de juez y verdugo.
Ante mi vista, arrojado en el suelo,
mi remordimiento yacía frío e inerte.
A la luz de las burlonas llamas de la chimenea,
sus ojos chispeaban adarmes de vida robada.
Viento, sus susurros eran ecos de condena.
Aire con boca, palabras como espadas roperas.
No inspiraba, no percibía su aliento en mi cara.
¿Cuándo me había ignorado la vida, en qué momento?
Quizás la culpa había sido mi propia homicida…
Entonces observé a mi víctima, que se había tornado verdugo,
su odio aferrado a la vida, su cuerpo ahora espectro.
Su sombra esgrimía el punzón de filo rojizo,
mientras mi ser yacía inerte, a mis pies,
bañado en un charco de sangre infinito.
1 comentario:
Se bañan en sangre
mis heridas
a la luz
de la luna muerta.
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